Cerrando el grifo

Decrecimiento para hacer frente al aumento del nivel del mar

El nivel del mar está subiendo y no existe duda alguna sobre ello. Los gases de efecto invernadero en la atmósfera causan el calentamiento global que derrite los casquetes polares, vertiendo agua a los océanos y aumentando por tanto el nivel del mar. Este proceso puede llevar décadas, incluso siglos, por lo que ahora incluso los escenarios más irrealmente optimistas para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero siguen teniendo consecuencias catastróficas para las comunidades costeras. Esto es ampliamente reconocido y aun así seguimos actuando de forma temeraria ante el peligro. ¿Y por qué motivo? Debido al crecimiento. El crecimiento económico es la medida que utilizamos para determinar el éxito de las naciones. El decrecimiento es un movimiento que refuta el dominio del crecimiento económico.

Conocemos el daño social, cultural y medioambiental causado por la búsqueda de la riqueza de capital y existe un cierto consenso acerca de que, por ejemplo, la felicidad es más importante que la prosperidad financiera. Sin embargo, el poder del crecimiento económico en nuestra sociedad es de tal magnitud que estas voces son fácilmente neutralizadas y enmarcadas como otra expresión del crecimiento económico y el hecho de ser «bueno para los negocios». Las artes y la cultura se convierten en industrias creativas; las innovaciones científicas para combatir el cambio climático se convierten en exportaciones nacionales: la tecnología que aspira a acercarnos unos a otros se convierte en la industria millonaria de las redes sociales. Esta creencia de que el objetivo final de la sociedad es y debe ser el crecimiento económico corrompe todo lo que encuentra en su camino, comerciando con cada aspecto de la cultura y convirtiéndolo en un producto. Para visualizar cuál puede ser la consecuencia última de todo esto, imaginemos tener que pagar cada vez que vamos al baño, cada vez que hablamos o cada vez que respiramos.

El decrecimiento pretende basarse en verdades simples e intuitivas como la felicidad, la salud mental y un planeta capaz de dar soporte a la vida, consideradas más importantes que el beneficio financiero. Pero lo más importante es que el decrecimiento busca luchar por estos valores intuitivos por derecho propio, sin considerarlos motores económicos al servicio de más crecimiento.

¿Por qué abogar por una filosofía minoritaria cuando el bienestar humano y la sostenibilidad medioambiental ya están en las agendas de tantos núcleos de poder gubernamentales y comerciales? ¿Por qué no dejar que esta búsqueda de crecimiento tan poderosa, con recursos tan extraordinarios y aprobada colectivamente sea el agente que promueva los cambios que necesitamos para garantizar que la vida humana en el planeta Tierra sea sostenible y satisfactoria?

La respuesta se encuentra en dos verdades incómodas.

En primer lugar, el crecimiento ilimitado es imposible en un sistema finito. La Tierra es la que es, con un número limitado de recursos y a menos que acotemos nuestro uso de esos recursos de manera que puedan recuperarse, acabarán agotándose.

En segundo lugar, incluso si deseáramos continuar la mercantilización desenfrenada, no podemos perpetuar el crecimiento de la economía y al mismo tiempo reducir el uso de los recursos naturales o la producción de desechos. Esto va en contra de lo que se nos dice continuamente. Se nos hace creer que estamos reduciendo las emisiones, que estamos reduciendo nuestra dependencia de los combustibles fósiles, que estamos reciclando más y de alguna manera, lo estamos haciendo. Pero esas cifras se ven empañadas por la manipulación de las cifras y la exportación de la industria pesada, e incluso los cambios reales no están ni siquiera cerca del nivel necesario para marcar una diferencia sustancial. Todos somos conscientes de esto y además sabemos por qué: porque mientras la mayoría de nosotros está de acuerdo con que el medio ambiente es un tema muy serio, estamos tan atrapados en nuestra búsqueda de crecimiento económico que existe un límite a lo que podemos hacer. Por un lado, las personas no pueden permitirse, por ejemplo, eliminar completamente el plástico de sus vidas. Por otro lado, los gobiernos no pueden permitirse gestionar altos niveles de deuda pública sin incrementar de forma continuada el PIB.

 

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Trienal de Arquitectura de Oslo, Suficiente: La Arquitectura del Decrecimiento, 2019. Imagen © Istvan Virag

 

Todos somos cómplices. El crecimiento no es una fuerza malvada perpetuada por unos pocos poderosos. No se trata de una batalla entre los grandes negocios y unos pocos veganos autoflagelantes. El crecimiento es la base de la sociedad para la mayoría de las civilizaciones globales y en muchos sentidos, ha sido un gran éxito. Pero los tiempos están cambiando. Se acabó el juego. Es imposible que el crecimiento descontrolado continúe para siempre, llegará un momento en que se acabará. Los primeros signos de lo que ocurrirá ya son evidentes, como lo demuestran las crisis de la vivienda, las crisis sociales y del cuidado de los ancianos y el siempre presente temor a la recesión, entre otros. Muchos actores culpan a otros muchos actores de estas presiones externas y existe algo de verdad en esos argumentos. El movimiento del decrecimiento, sin embargo, pretende ir más allá de estas luchas internas cortas de miras, para reconocer que este sistema que todos perpetuamos ha dejado de funcionar; ha llegado el momento de la transición colectiva hacia un nuevo sistema de bondad común.

El decrecimiento es un movimiento para alejarnos de esa estresante y dañina tarea imposible de crecimiento sin fin; no a través del colapso, sino utilizando el diseño. El decrecimiento no busca vilipendiar a los banqueros, a los promotores de viviendas o a los niños que beben zumo con pajitas de plástico. No es una llamada para acabar con los avances tecnológicos o el progreso social. Es una llamada para que todos reordenemos nuestras prioridades y coloquemos las cosas que más importan en el centro de esta nueva economía cultural.

Se ha demostrado que el aumento de las emisiones de carbono está alarmantemente relacionado con el crecimiento económico. Cada aumento del PIB viene acompañado de otro pequeño soplo de dióxido de carbono, calentando un poco más el ambiente, derritiendo algo más el casquete polar, vertiendo un poco más de agua en el océano. O para decirlo sin rodeos, una economía en crecimiento es una máquina para aumentar el nivel del mar. El decrecimiento lo que busca es cerrar el grifo.

Trienal de Arquitectura de Oslo, Suficiente: La Arquitectura del Decrecimiento, 2019. Imagen © Istvan Virag